jueves, 29 de diciembre de 2011

HISTORIAS PARA CONTAR


EL PERSA VERÌDICO

Había en Persia un hombre tan honrado y tan bueno, que todos lo conocían por el sobrenombre de “santo”.

Siendo muchacho todavía, quiso salir de su casa a recorrer el mundo, para llenarse, por su propia experiencia. De conocimientos necesarios para la vida.

Como era huérfano, le pidió a su madre la parte que le correspondía del patrimonio de su difunto padre. La madre aprobó su proyecto, le dio ochenta piezas de plata y le dijo:

Este es todo el dinero que ha dejado tu padre. La mitad te pertenece, pero la otra mitad, que es de tu hermano menor, debes restituirla, apenas puedas, con sus correspondientes intereses.

Convino en ello el buen muchacho persa. La madre, entonces, le fue cosiendo las monedas en el interior de la ropa, para que pudiera llevarlas con mayor felicidad y para que las librara de los bandidos, si tenia la mala suerte de encontrarse con ellos en el desierto. Terminada la operación le dijo:

- Prométeme ahora, dijo, no decir jamás una mentira.

- Te lo prometo, madre.

- Pues bien; que Dios te bendiga, así como te bendigo yo, añadió, dándole un beso en la frente.

Y se despidió de él para siempre.

El muchacho emprendió su viaje por los caminos del mundo y anduvo días y días en dirección a la ciudad próxima. Como tenía que cruzar el desierto, se unió a otros viajeros, y caminando así dieron un día con un grupo de ladrones árabes.

Los detuvieron y les robaron el dinero y joyas que llevaban en sus equipajes. El muchacho persa no llevaba más bultos que su cantimplora, y nadie sospechaba siquiera que pudiera llevar dinero.

Mientras los bandidos despojaban a los demás viajeros, el jefe de la partida, que montaba brioso caballo, llamó al muchacho y se puso a bromear con él.

-¿Qué dinero llevas? – Le preguntó con sorna.

Ochenta monedas de plata – dijo con resolución el muchacho.

El capitán de los bándidos se rió creyendo que también bromeaba el joven, y le pidió la bolsa.

- No la tengo – dijo el persa-. Las monedas están cosidas dentro del forro de mi saco.

- Le registró entonces el jefe de la pandilla, y se convenció de que, en efecto, el muchacho decía la verdad.

- Tonto: ¿por qué has declarado que tenías ese dinero, cuando iba bien escondido?

- Porque prometí decir siempre la verdad.

- ¿A quién se lo prometiste?

- A mi madre, en el momento de despedirme de ella.

- ¡Ah! – exclamó el capitán conmovido - ¡Tú, niño aun, y en la más apurada de tu situación, obedeces el mandato de tu madre ausente, y nosotros olvidamos el mandato de nuestro Dios!

- Después, dirigiéndose al pequeño persa, le dijo:

- ¡Dame esa mano honrada, joven, que quiero salvarte en pago de la elección que acabas de darnos!

- Volvióse con èl donde estaban los demás ladrones, les contó el caso, y les anunció su propósito de respetar el dinero del muchacho verídico.

Ellos aprobaron la resolución del capitán, diciéndole:

-Eres nuestro jefe en el robo, y debes serlo también en las acciones generosas y justas.

El jefe devolvió el dinero al muchacho, y aún lo guió largo trecho por el inmenso desierto.

Cuentos Escogidos

No hay comentarios:

Publicar un comentario