DIAMANTES Y REPTILES
La Madre viuda, a quien nos vamos a referir, tenía dos hijas. La mayor de éstas se parecía mucho a su mamá: era soberbia, intolerante y desapacible. La menor se parecía a su difunto padre: era modesta, bondadosa y agradable.
La madre como es de suponer, prefería a la primera y le encomendaba siempre las labores más sencillas; en cambio dedicaba a la pequeña a los más penosos trabajos.
Dos veces por día tenía que ir la pobre al bosque, a traer agua de la fuente. Con bueno o mal tiempo, en días de sol o de lluvia, tenía que recorrer el penoso camino por la mañana y la tarde.
Estaba un día llenando su cántaro en la fuente, cuando se le acercó una pobre anciana y le dijo:
-Niña, por Dios. ¿Me puedes dar un trago de agua?
-¡Con mucho gusto!- exclamó la niña, muy contenta de poder hacer bien. Y con sus propias manos aplicó el cántaro a los labios de la sedienta.
Cuando acabó ésta de beber, dijo a la muchacha:
-Eres buena, tienes excelente corazón, y quiero premiarte por el bien que me has hecho. Desde este momento, cada vez que hables, saldrán perlas y diamantes de tu boca.
La niña recibió como un cumplido las palabras de la anciana, le dio las gracias y regresó a su vivienda, donde la esperaba impaciente su madre.
- ¿Por qué has tardado tanto? Le gritó.
-Perdóname, madre- dijo la muchacha-, no tuve intención de tardarme.
Y cuando decía esto temblando de miedo, se escapo de su boca un puñado de perlas y de diamantes.
¿Qué es esto!- exclamó asombrada la madre.
Entonces le contó la muchacha lo que había pasado con la viejecita de la fuente.
-¡Era una hada! Dijo la madre, y corrió en seguida a donde estaba su hija mayor.
-Mejor que a esta chicuela-iba diciendo la madre- le vendrá ese don a mi niña.
En cuanto estuvo cerca a ella le dijo:
-Toma el cántaro y ve corriendo a la fuente.
-¡A buena cosa me mandas!- replicó la hija con disgusto- bien podían ir la pequeña o tú, como otras veces.
La madre consiguió con lisonjas y mimos que su hija mayor fuera al bosque. Al llegar a la fuente encontró allí a la anciana que le dijo:
-Llegas a tiempo, niña. Dame un trago de agua.
No vine a servir a usted-dijo con aspereza la muchacha. La fuente es pública y usted puede tomar el agua lo mismo que yo.
-Tienes mal genio y peor corazón - dijo la viejecita-
En pago de tu mala crianza, cada vez que hables saldrán de tu boca sapos y culebras.
La muchacha levantó los hombros con desdén y cuando llegó donde estaba su madre, puso el cántaro a sus pies con malos modos.
- ¿Encontraste al hada?- le preguntó.
La hija abrió la boca para contestar y brotaron de sus labios una porción de sapos y culebras.
-¿Qué es esto?- gritó la madre asustada.
Trató la hija de explicar el caso; pero fue preciso mandarla callar, porque se iba llenando la pieza de asquerosos reptiles.
Perrault
Cuentos Escogidos
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